Retomo la actividad del blog, después de los exámenes, con más ilusión que nunca. Me he propuesto cumplir los 52 retos literarios de El libro del escritor, por lo que cada semana iré subiendo uno.
El primer reto consiste en escribir sobre un sueño o pesadilla que hayamos tenido. Yo esta semana he soñado con reinos persas y castillos medievales. Cuando me desperté no podía quitarme la historia de la cabeza, así que cogí papel y boli para que no se me olvidara ni un solo detalle. Aquí os dejo solo un fragmento de lo que espero que se convierta, algún día, en una gran y exótica historia. Espero que os guste.
El Val había sido su único amigo durante veintidós años. La más alta de las cordilleras montañosas que separaban el reino de las tribus del norte se había convertido en su confidente y guardián hasta que llegó él. Y con su llegada cambió todo.
Sherezade contemplaba embelesada, día tras día, los accidentes geográficos que conformaban la verdosa frontera. Se sabía de memoria cada detalle y aún así, observarlo continuaba sobrecogiéndola. Quizá fuera porque de todas las ventanas de las que disponía el castillo, la de su alcoba era la única que permitía tener contacto con el exterior. El resto, habían sido tapiadas al morir sus padres en señal de luto, según le habían contado. Sherezade se encontraba sumida en la oscuridad y en la frialdad de la piedra del castillo desde que tenía uso de razón; únicamente acompañada por el Val, un puñado de criados y un par de guardianes que la custodiaban. Había nacido princesa de la ciudad, de ahí su nombre, pero sin poder ninguno; de eso se encargaban los líderes de las tribus, una coalición persa que dominaba todo el reino.
En los momentos en los que Sherezade no se encontraba en su habitación cantándole al Val la única taraveh que conocía, una vieja nana que una de las criadas le tarareaba para dormirla, se adentraba en la biblioteca y elegía pergaminos y libros para estudiar. Al no poder salir con frecuencia del castillo, le apasionaba leer y estudiar todos los documentos de los que disponía. Los que más le gustaban eran los prohibidos, los textos que hablaban sobre magia y antiguos ritos persas. Hace muchos años había tenido un maestro, encargado de gestionar la biblioteca, que le prohibió la lectura de ese tipo de libros porque según él no eran apropiados para mujeres. Por ello, en cuanto el maestro terminó la docencia, se dedicó a empaparse de todos y cada uno de los libros censurados.
Los días transcurrían lentos y los años silenciosos en el sombrío castillo, pero pese a eso, Sherezade jamás se sintió sola. Apenas había conocido a su familia así que no comprendía el afecto fraternal. No lo necesitaba. Se había criado de tal forma que ella misma se bastaba.
Pero una mañana, tan pronto como el sol comenzaba a asomarse por la cima de la frontera, el castillo tuvo su primera visita en veintidós años. Sherezade se vistió con su mejor vestido, el verde jade que hacía resaltar su larga melena azabache; y cuando fue a bajar las escaleras que dirigían a la entrada descubrió que sus invitados ya se habían acomodado. Eran tres hombres de tez dorada y cabellos negruzcos. Portaban unos ropajes extraños, anchos pantalones que parecían calzones y chalecos de colores brillantes, por lo que la chica pensó que serían extranjeros. Y en cierto modo lo eran. Al verla, los hombres se quedaron paralizados con cierto temor hasta que el mayor de los tres, que llevaba una especie de turbante blanco en la cabeza, comenzó a hablar con un fuerte acento persa:
-Señora, mi nombre es Nouri, líder de las tribus del norte. Vengo personalmente para ser vuestro Egidiusz.
-Lo siento, pero no necesito a ningún protector. El castillo ya dispone de dos guardianes.- espetó la chica sin más presentaciones.
Ahora lo entendía todo. Venían de más allá de su precioso Val, podía apreciar el fuerte olor de los excrementos de camello.
-No es una petición-continuó el Egidiusz en tono severo- es una orden. Hay un peligro inminente contra el castillo. Contra usted.
Sherezade no comprendía nada. Cómo iba a estar en peligro en el lugar más seguro de todo el reino. Quién iba a querer hacerle daño.
-A partir de ahora será revisado cada rincón del castillo, cada cosa que toque. No podrá hacer nada sin nuestro permiso, ¿de acuerdo?
La chica pudo ver en los rasgados ojos azules del líder un destello temeroso de confianza y misterio que reflejaban su alma, por lo que asintió sin replicar.
Ese fue el día en el que Sherezade empezó a ser controlada casi hasta para respirar. Podía hacer lo que quisiera, siempre y cuando fuera dentro de los márgenes del castillo. Tenía encima al protector desde que amanecía hasta que se iba a la cama. Le controlaban la vestimenta, el alimento e incluso los libros. No le prohibían leer ninguno, cosa que le sorprendió gratamente, pero revisaban cada una de las baldas de las estanterías. Además, una vez al mes le permitían salir a la Plaza de Piedra, donde se encontraba el mercado, a pasear. Pero antes de eso, cada puesto, cada vendedor y cada mercancía debían ser inspeccionados por los protectores. Siempre hablaban entre ellos en persa creyendo que la chica no los entendía, pero lo cierto es que Sherezade era capaz de hablar todas las lenguas del reino; uno de los privilegios de pasar tanto tiempo estudiando en el castillo.
Comenzó así a conocer un poco más a sus inquilinos y a indagar de qué la estaban protegiendo exactamente.
Conviviendo en medio de una lucha de poderes y magia ancestral, comenzó así la historia de amor más compleja que jamás haya existido.
Sherezade contemplaba embelesada, día tras día, los accidentes geográficos que conformaban la verdosa frontera. Se sabía de memoria cada detalle y aún así, observarlo continuaba sobrecogiéndola. Quizá fuera porque de todas las ventanas de las que disponía el castillo, la de su alcoba era la única que permitía tener contacto con el exterior. El resto, habían sido tapiadas al morir sus padres en señal de luto, según le habían contado. Sherezade se encontraba sumida en la oscuridad y en la frialdad de la piedra del castillo desde que tenía uso de razón; únicamente acompañada por el Val, un puñado de criados y un par de guardianes que la custodiaban. Había nacido princesa de la ciudad, de ahí su nombre, pero sin poder ninguno; de eso se encargaban los líderes de las tribus, una coalición persa que dominaba todo el reino.
En los momentos en los que Sherezade no se encontraba en su habitación cantándole al Val la única taraveh que conocía, una vieja nana que una de las criadas le tarareaba para dormirla, se adentraba en la biblioteca y elegía pergaminos y libros para estudiar. Al no poder salir con frecuencia del castillo, le apasionaba leer y estudiar todos los documentos de los que disponía. Los que más le gustaban eran los prohibidos, los textos que hablaban sobre magia y antiguos ritos persas. Hace muchos años había tenido un maestro, encargado de gestionar la biblioteca, que le prohibió la lectura de ese tipo de libros porque según él no eran apropiados para mujeres. Por ello, en cuanto el maestro terminó la docencia, se dedicó a empaparse de todos y cada uno de los libros censurados.
Los días transcurrían lentos y los años silenciosos en el sombrío castillo, pero pese a eso, Sherezade jamás se sintió sola. Apenas había conocido a su familia así que no comprendía el afecto fraternal. No lo necesitaba. Se había criado de tal forma que ella misma se bastaba.
Pero una mañana, tan pronto como el sol comenzaba a asomarse por la cima de la frontera, el castillo tuvo su primera visita en veintidós años. Sherezade se vistió con su mejor vestido, el verde jade que hacía resaltar su larga melena azabache; y cuando fue a bajar las escaleras que dirigían a la entrada descubrió que sus invitados ya se habían acomodado. Eran tres hombres de tez dorada y cabellos negruzcos. Portaban unos ropajes extraños, anchos pantalones que parecían calzones y chalecos de colores brillantes, por lo que la chica pensó que serían extranjeros. Y en cierto modo lo eran. Al verla, los hombres se quedaron paralizados con cierto temor hasta que el mayor de los tres, que llevaba una especie de turbante blanco en la cabeza, comenzó a hablar con un fuerte acento persa:
-Señora, mi nombre es Nouri, líder de las tribus del norte. Vengo personalmente para ser vuestro Egidiusz.
-Lo siento, pero no necesito a ningún protector. El castillo ya dispone de dos guardianes.- espetó la chica sin más presentaciones.
Ahora lo entendía todo. Venían de más allá de su precioso Val, podía apreciar el fuerte olor de los excrementos de camello.
-No es una petición-continuó el Egidiusz en tono severo- es una orden. Hay un peligro inminente contra el castillo. Contra usted.
Sherezade no comprendía nada. Cómo iba a estar en peligro en el lugar más seguro de todo el reino. Quién iba a querer hacerle daño.
-A partir de ahora será revisado cada rincón del castillo, cada cosa que toque. No podrá hacer nada sin nuestro permiso, ¿de acuerdo?
La chica pudo ver en los rasgados ojos azules del líder un destello temeroso de confianza y misterio que reflejaban su alma, por lo que asintió sin replicar.
Ese fue el día en el que Sherezade empezó a ser controlada casi hasta para respirar. Podía hacer lo que quisiera, siempre y cuando fuera dentro de los márgenes del castillo. Tenía encima al protector desde que amanecía hasta que se iba a la cama. Le controlaban la vestimenta, el alimento e incluso los libros. No le prohibían leer ninguno, cosa que le sorprendió gratamente, pero revisaban cada una de las baldas de las estanterías. Además, una vez al mes le permitían salir a la Plaza de Piedra, donde se encontraba el mercado, a pasear. Pero antes de eso, cada puesto, cada vendedor y cada mercancía debían ser inspeccionados por los protectores. Siempre hablaban entre ellos en persa creyendo que la chica no los entendía, pero lo cierto es que Sherezade era capaz de hablar todas las lenguas del reino; uno de los privilegios de pasar tanto tiempo estudiando en el castillo.
Comenzó así a conocer un poco más a sus inquilinos y a indagar de qué la estaban protegiendo exactamente.
Conviviendo en medio de una lucha de poderes y magia ancestral, comenzó así la historia de amor más compleja que jamás haya existido.
Magnifico como siempre! No dejes de escribir Paulita :)
ResponderEliminarMuchas gracias guapa! :)
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