-¿Qué te apetece hacer este fin de semana?
-Nos vamos a París -me respondió con convicción.- No nos cuesta nada salir y dejar de estar encerrados en casa.
-Sí nos cuesta. La gasolina, la comida, el alojamiento... Las cosas no se pagan con el aire.
Entonces se acurrucó a mi lado en el sofá y tiró de la manta para cubrirse las piernas.
-Si yo lo único que quiero es pasear por las calles parisinas contigo,-continuó entusiasmada-entrar en alguna tienda vintage, sentarme en una terraza a tomar algo, o en el banco de un parque a respirar... me da igual, pero que no sea aquí.
Con esas palabras, mientras me abrazaba fuerte, comprendí cuánto necesitaba salir de aquella burbuja colmada de trabajo en la que se había convertido su vida. Así que cogeríamos las maletas y haríamos una locura: Ser turistas sin preocupaciones y sin hora.
Investigué un poco y justo ese viernes tocaba nuestro grupo favorito en un emblemático café francés. Compré las entradas para darle una sorpresa. Ese fin de semana vendría como un soplo de aire fresco a nuestras asfixiantes agendas.
Pero no fue nada de eso.
Viajamos a París en coche; nos comimos el mundo, y a besos, desde la Torre Eiffel; y asistimos al concierto.
Asistimos al concierto y se apagó nuestro fin de semana. Se acabaron el resto de los días.
Nos obligaron a ser turistas por siempre en una ciudad extraña.
 |
| Fuente: FOTOLOG |
Este microrrelato va en homenaje a todas las víctimas del terrorismo, en París, Siria, Túnez, Mali...
He puesto París pero, por desgracia, podría haber elegido cualquier otra ciudad.
