29 jun 2016

Reto 10: Escribe sobre un recuerdo de tu niñez

Hoy he ido al cine. Al pase de las cuatro de la tarde concretamente. Si, esa hora a la que solo van padres con hijos, donde las palomitas vuelan y la película se escucha de fondo. Pero es que yo hoy he vuelto a ser una niña.

Al entrar en la sala he menguado y he necesitado sentarme sobre el alzador (no lo necesitaba pero me hacía ilusión) porque he vuelto a tener siete años.

Se han apagado las luces y ahí estaban mis amigos marinos esperándome. Esperándolos yo a ellos durante trece años. Buscando a Dory, la secuela de Buscando a Nemo, una de las películas que más me gustó en mi infancia.

Recuerdo que al salir del cine la primera vez esos peces animados pasaron a ser parte de mi vida: Pegatinas de Nemo, peluches de la turtugita, imanes para el frigo de todos los personajes, y dibujos y más dibujos sobre el mundo acuático. El tema se repetía una y otra vez. Me encantaba y me encanta.

Esta vez la carismática Dory era la protagonista y me ha transportado a mis conversaciones en balleno imitándola, partiéndonos de risa nada más pronunciar una palabra; a esos momentos en los que mis amigas y yo cantábamos "Sigue nadando, sigue nadando" ya entradas en la adolescencia.

Hoy he reído, mucho, y llorado, un poquito, de emoción y tristeza. Apuesto a que el resto de niños de la sala no la han disfrutado tanto como yo lo he hecho. Porque llevo buscando a Dory desde que encontré a Nemo.

Marcapáginas de Buscando a Nemo

26 jun 2016

Reto 9: Describe tu hogar de ensueño como si estuvieras viviendo en el ahora

Mi casa es pequeñita, no podía permitirme otra cosa en la gran manzana. De hecho es un apartamento, una caja de cerillas. Pero mi caja de cerillas al fin y al cabo. No necesito más. 
Una de las cuatro paredes está forrada de libros. Un conjunto de estanterías blancas con casi mil libros que camuflan los desconchones de la pared, también blanca. 
El inmueble está completamente abierto, sin paredes. Una especie de loft con un pequeño cuarto de baño. Mi habitación se encuentra entre el cubículo del aseo y los dos grandes ventanales que se encargan de iluminar la estancia. Para acceder a ella hay que subir un par de escalones porque está un poco en relieve, separada del resto por unas barandillas de metal que también he pintado de blanco. La cama, de matrimonio, está justo debajo del ventanal, haciendo este de cabecero y una fina cortina aleja las miradas indiscretas.
En frente de la cama tengo un par de perchas de hierro negras que hacen de armario y un gran espejo dorado apoyado en el suelo, además de una cómoda vintage que hace las veces de tocador.
Toda la casa huele a barritas de incienso. Desde allí puedo ver toda la casa de tan solo un vistazo. El sofá rojo delante de las estanterías, sobre los cuadros de klimt; la pequeña cocina, casi de juguete, con la hornilla turquesa y el hervidor de agua siempre preparado. Las tazas de distintas clases colgando sobre el fregadero y los armaritos de madera, pintados también de turquesa junto al pequeño frigo. 
Debajo del otro ventanal, el que está enfrente del sofá, se encuentran dispuestas múltiples velas en el suelo formando una barrera. En esa ventana no hay cortina para evitar riesgos. 
Y no hay mucho más. Tengo a simple vista todo lo que podría necesitar. Un espacio donde poder relajarme, mi pequeño santuario. 

"No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".

21 jun 2016

Reto 8: Reescribe algo que escribiste hace tiempo, pero con un narrador distinto

*De tercera persona a primera. 

Me disponía a zarpar cuando un trueno se abrió paso en el cielo."¡Parece que los dioses no quieren que nadie navegue sus aguas!", exclamé levantando el puño al cielo, que se había oscurecido y la lluvia comenzaba a caer a raudales. Salté del barco y corrí a zancadas por la arena hacia la única casa que se avista por aquellos páramos. La mía. Una gran casa abandonada que en otro tiempo estuvo destinada al comercio ilegal entre piratas.
Se acercaba tormenta y me había pillado sin provisiones, ya que ese día era la tercera luna del mes, y por lo tanto debía poner rumbo a la isla habitada más cercana para abastecerme de vino, queso y algunas viandas.
Entré a la casa y la pesada puerta de madera, azotada por el viento, se cerró de un portazo. Enclavé las ventanas con los maderos y una vez acabado descubrí que todos mis mapas, plumas y el candil que había dejado sobre la mesa se encontraban esparcidos por el suelo y comenzaban a prender. Los recogí a toda prisa aireándolos para el fuego mitigara, y bajo ellos vi diminutos cristales. Se me encogió el corazón y desesperado removí los trozos, con las manos ensangrentadas y llenas de ampollas. Mi único recuerdo tras el naufragio, un portarretratos familiar. Mi tesoro más preciado, ahora convertido en cenizas.