Al entrar en la sala he menguado y he necesitado sentarme sobre el alzador (no lo necesitaba pero me hacía ilusión) porque he vuelto a tener siete años.
Se han apagado las luces y ahí estaban mis amigos marinos esperándome. Esperándolos yo a ellos durante trece años. Buscando a Dory, la secuela de Buscando a Nemo, una de las películas que más me gustó en mi infancia.
Recuerdo que al salir del cine la primera vez esos peces animados pasaron a ser parte de mi vida: Pegatinas de Nemo, peluches de la turtugita, imanes para el frigo de todos los personajes, y dibujos y más dibujos sobre el mundo acuático. El tema se repetía una y otra vez. Me encantaba y me encanta.
Esta vez la carismática Dory era la protagonista y me ha transportado a mis conversaciones en balleno imitándola, partiéndonos de risa nada más pronunciar una palabra; a esos momentos en los que mis amigas y yo cantábamos "Sigue nadando, sigue nadando" ya entradas en la adolescencia.
Hoy he reído, mucho, y llorado, un poquito, de emoción y tristeza. Apuesto a que el resto de niños de la sala no la han disfrutado tanto como yo lo he hecho. Porque llevo buscando a Dory desde que encontré a Nemo.
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